3 feb 2011

Regresión.

Me tocó con sus manos ásperas y cálidas, herejes y devotas. No le importó la extensión de los versos que le escribí.
Se me tiró encima con la delicadeza de una pluma que se desprende del cuerpo involuntariamente, y resignada cae. Sin embargo, el choque de su tacto fue lo suficientemente agresivo como para devolver, en un segundo, todos los recuerdos que me hicieron doler la cabeza. Quería vomitar, pero su piel en la mía, eran polos opuestos de dos imanes.
Me miró a los ojos, como si mirara una utopía. Entonces ¿para qué decir que algo me estaba destripando, que unos dientes punzantes me desgarraban el esófago, y que esa misma boca estaba a punto de besarme?
Mientras, mi sangre se volvía un vino espumante. Cosecha tardía de la peor selección, que me iba a tomar yo sola en el próximo almuerzo mientras recordaba un cuerpo.
Con el hervor de mi sangre, se mezclaba el veneno de su saliva. Y la humedad mínima prometida por el meteorólogo se elevó hasta el infinito.
Toda su piel se me regalaba con el polvo del piso, que ahora podía aspirar.
Su cuerpo, una suerte de lugar común, se había convertido en una prisión aguada y oscura donde estaba condenada a pasar otra eternidad enferma, de uñas en una pizarra.

-Rosario Hollmann.

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