25 de julio
Comprender el sentido de mi espera. Imposible continuar así como si se tratara de aplacar y apiadar a "fuerzas superiores" que habitan un mundo que sería la otra orilla de éste.
No obstante, el desamor, los ojos cerrados, el deseo que se evapora frente a los rostros reales, la sabiduría apócrifa de la que se duerme en la espera. La infancia, esa ventana cerrada por la que se columbra la continuidad horrible de una sola estrella. Los deseos enunciados mediante voces llorosas. Esa noche al borde del mar: la fosforescencia de las arenas, la luna roja en lo oscuro -furiosa, obcecada-, noche en que aprendí la suprema negación del azar. Terraza blanca y roja, allí esperaba algo, alguien. ¿Para qué tanta espera? Para llegar al día de hoy, a mi voz que habla para no decir. Y ese lugar de silencio perfecto entrevisto tantas veces entre los horrores del alcohol. (Deseo muerto, compañero traidor.) Hablábamos con palabras vivas, ardientes y he aquí las sombras de pronto, la carencia de sexo, esta sed que sólo requiere sustitutos. Se ha perdido, en un instante, el deseo auténtico, el que alentaba en tus noches temblorosas.
El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por sincerarse que lo escribe.
Sucede esto: sufro. Son las 19.30 h. Tengo miedo. Se ha perdido lo que nunca se tuvo.
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