4 mar 2011

Recordatorio.

Entré en la cocina. Todo estaba desordenado. Las sillas habían sido apartadas de la mesa y colocadas contra una pared blanca dejando una gran marca negra, producto de la pintura. Había una botella de vino tinto sobre la mesada de granito y una mujer con un cuchillo en la mano lloraba apoyada en la ventana gris. Tenía los ojos hinchados e inyectados en sangre. El maquillaje se le había corrido cuando se enjugó las lágrimas. Me miró mientras el horror se escapaba de sus ojos. Su cara se había transformado al verme entrar en la habitación. Desde ahí la veía deseosa, tal vez, de que no me enterara lo que había sucedido.
 Cerca del cuerpo que fue  destrozado, había una copa vacía con vestigios de una bebida bordó.
Mientras analizaba la situación, sus ojos iban adoptando el tamaño normal gracias al viento que corría. Quise decir algo, sin embargo la irritación que sentía en ese momento me impidió ser delicada. Lo único que pude hacer, fue decirle:
-Sabés que el vino tinto no me gusta. Y el tuco con cebolla, tampoco.

-Rosario Hollmann.

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