1 feb 2011

Reunión en tercera persona.

El judío hizo un gesto de asentimiento. El plan propuesto era evidentemente el mejor, pero, por desgracia, se oponía a su inmediata realización un obstáculo nada flojo: la repugnancia invencible, la antipatía violenta y arraigada que sentían. Y allí estaban todos sentados, todos hombres, todos serios. No había cara sin sombra, ni nombre sobre el cual escupir. Lo único que existía era esa nada, ese asco fraternal de cada cara bien rasurada, con los ojos duros, con el sexo flojo y un vaso de vacío en cada mano.
Afirmó de nuevo, una y mil veces más. En cada asentir había una y mil noches rancias con soles negros y estrellas negras, humo negro y presencias negras. El día estaba de luto, y él asentía. Firmó el pacto con una birome azul. No entendía por qué entre esos cuatro muros llenos de oscuridad y sombras, firmaba con una birome azul. Aun así no se resistió. Simplemente garabateó la hoja.
Encendió un cigarrillo y lo fumó con prisa. Ahora, en su soledad, decidió volver a refugiarse entre sus botellas vacías de sueños. Repasó el plan mentalmente. No iba a dormir. Agarró un libro de poesía y  lo hojeó sin interés. El tiempo pasaba, y comenzó a escatimar el líquido de la botella. Se levantó y se acercó a un espejo: nada. No había nada que ver, o mostrar más que unas manos azules, muertas, esperándolo pacientemente.
Se sentía reloj cuenta-atrás tic-toc pasaban los segundos y le hacían eco en el interior lleno de vacío lleno de flores muertas pastos carbonizados sombras almas viejas piel desechada estaba lleno de nada de alcohol. Vomitó.
Otra vez estaban allí, sentados con vasos llenos de vacío. Con sus caras sin nombres. Estaban todos. Se miró en cada uno. Allí estaban todos sus yos esperándolo. Sonriéndole afiladamente, vomitando risas opacas, con sus huesos compañeros. Quiso saber dónde dejar sus ojos, y dónde el perfume de su última alma. Se sentó a la mesa, pero ya nadie lo contemplaba: formaba parte del dibujo en la pared, del conjunto de sombras que miraban a un hombre sentado a la mesa, esperando con paciencia infinita que tomara una decisión.
El judío hizo un gesto de asentimiento. El plan propuesto era evidentemente el mejor, pero, por desgracia, se oponía a su inmediata realización un obstáculo nada flojo: la repugnancia invencible, la antipatía violenta y arraigada que sentían.

-Rosario Hollmann.

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