31 ene 2011

Sentí tu mano en el dorsode mi cuerpo. La piel se me erizó y me acariciaste. Pegada a mi con tus piernas, tu abdomen y tu pecho. Apretaste fuerte en el abrazo, y volví a sentir tu tacto con esa ternura infinita. La misma que vuelcan tus ojos cuando te miro, cuando hablás, cuando respirás. El corazón me latía deprisa, regocijándose en este deseo que se cumplía. Por fin se cumplía, después de tanto esperar. Y no sé qué comentario nos hizo reir. Aproveché eso como escusa, y me recliné más, hasta quedar acostada encima tuyo y más me abrazaste. Giré la cabeza para verte de refilón, pero vos también me mirabas. Un segundo eterno, inmóvil. Todavía me acuerdo de tus ojos clavados en los míos. Tu naríz pequeña que respiraba casi pegada a la mía. Tu boca... ¡ah! indescriptible tu boca: perfecta para decir poco, o para decir algo simple: Excelente. Proporcionada, con las comisuras finas, que se adentraban en la humedad de tu lengua. Cerré los ojos y grabé ese momento para siempre, antes de que sucediera lo que quería. Sonreíste en un destello blanco que me atravezó el cuerpo. Y ahora que lo pienso, después de haberlo escuchado por ahí, cada vez le encuenro menos senido a la frase "El amor es". Porque nada en esta tierra, ni en ningún lado, es lo suficiente para evitar esta ilusión, para evitar este cuerpo tibio por un abrazo. El amor no existe. No tiene nombre, ni forma. Entonces el amor no es, y el amor no existe. Pero sí existís vos, aunque parezca que sos producto de mi imaginación. Y desde hace unos días, yo también existo (en cierta medida), por y para vos. 

1 comentario:

  1. Las últimas dos o tres frases son extramademente hermosas y dulces.

    ResponderEliminar